Para la energía del hogar, hagamos que la elección saludable sea la más fácil
Para quienes cocinan con combustibles de biomasa, la pobreza es un problema de salud ambiental.
El aire es espeso, con un humo que nos quema los ojos y los pulmones.
Me seco las lágrimas involuntarias que salen de mis ojos, intentando ver mejor a Laura a través del aire brumoso. Su hija le tira de la camisa, suplicándole que le dé una merienda. La madre de Laura entra para ver quién soy; sus ojos están nublados por las cataratas.
Estoy en el Ecuador andino para estudiar formas de hacer el aire más limpio. Le pregunto por la fuente del humo: el fuego que inició Laura en su estufa de barro, una hendidura de cenizas en el suelo, para hacerme un café.
"¿Por qué utiliza la cocina tradicional y no la de gas?" le pregunto.
"No tenemos gas ahora, y la camioneta no viene hasta la próxima semana", responde.
Parece que la leña es la única opción hoy en día.
Este ensayo también está disponible en inglés
No es un hecho raro en todo el mundo, especialmente en las regiones rurales y pobres de los países de ingresos bajos y medios. Para un tercio del mundo, unos 2.7 miles de millones de personas, las cocinas llenas de humo son la norma. Los pobres de todo el mundo queman combustibles de biomasa como la leña, el carbón vegetal o el estiércol en fuegos abiertos para satisfacer las necesidades diarias de cocina y calefacción. El humo y la contaminación resultantes provocan problemas de salud, con una carga de morbilidad estimada en 1.9 millones de vidas perdidas prematuramente cada año, y una pérdida económica estimada en 700 miles de millones de dólares por las vidas perdidas, los gastos sanitarios y la reducción de la productividad. Sin embargo, aunque la sustitución de estos combustibles de biomasa contaminantes por combustibles limpios, como el gas y la electricidad, promete un aire más limpio y una vida más sana, en estas partes del mundo los costos de los combustibles limpios impiden que las comunidades realicen plenamente el cambio.
Mientras que la biomasa suele recogerse fácil y gratuitamente de los bosques cercanos, los bordes de los bosques o las tierras de cultivo, el gas y la electricidad requieren un pago. Para los pobres de todo el mundo, las cuentas son sencillas: no hay suficiente dinero para utilizar combustibles limpios, así que queman la biomasa disponible gratuitamente tal y como ellos y sus antepasados han hecho durante miles de años.
La pobreza y la marginación les impiden utilizar opciones más limpias y sanas, lo que tiene consecuencias mortales. Sin embargo, un trabajo reciente realizado por mí equipo y por otros demuestra que cuando el gas se hace asequible y está disponible, la gente cocina con él extensamente y el resultado puede ser un aire más limpio y una vida más sana.
La promesa del gas barato para cocinar en Ecuador
Soy un científico de la salud ambiental que trata de entender cómo reducir la contaminación del aire en los hogares mediante la promoción de tecnologías limpias para cocinar, y cómo diseñar políticas relacionadas que mejoren la salud humana. Me enfoco en entender lo que se interpone en el camino hacia entornos más limpios y saludables.
Echemos un vistazo a la India, el segundo país más grande del mundo y plagado de contaminación atmosférica y salud inadecuado. En el 2011, solo el 11% de los hogares rurales utilizaba principalmente gas licuado de petróleo (GLP), un popular combustible de combustión limpia, para cocinar; el resto quemaba biomasa. Desde entonces, más de 100 millones de hogares pobres recibieron una estufa de GLP, en gran parte gracias a las iniciativas gubernamentales que las hicieron más accesibles física y económicamente. Hoy en día, más del 90% de los hogares rurales tienen una estufa de GLP. Pero, para la mayoría de los hogares pobres y rurales, el costo del GLP sigue siendo prohibitivo: una sola recarga del cilindro puede costar hasta el 10% de su presupuesto mensual.
La historia es la misma en otros países de ingresos bajos y medios. El costo de los combustibles limpios es demasiado alto para que los hogares los utilicen regularmente para todas sus necesidades energéticas. Pero lo que no se sabe es si esos hogares utilizarían combustibles limpios para toda su cocina si fueran más asequibles.
Esto convierte a Ecuador en un caso único de estudio. En la década de 1970, el gobierno de Ecuador empezó a conceder subvenciones para reducir los costos del GLP como parte de una amplia reforma de apoyo social. En la actualidad, las subvenciones reducen el costo del GLP en aproximadamente un 80%, de unos 15 a 3 dólares por cilindro de 15 kilogramos. El impacto ha sido grande. En la década de 1970, el 80% de los hogares cocinaban principalmente con leña. Hoy, más del 90% cocinan principalmente con GLP.
En el 2019, mi equipo de investigación preguntó a 800 cocineros primarios de cuatro provincias del Ecuador costero y andino sobre sus experiencias y preferencias a la hora de cocinar. Casi todos dijeron que utilizaban el GLP para cocinar y que lo habían hecho durante 20 y 30 años. Dijeron que utilizaban el GLP todos los días, varias veces al día, para todo tipo de comidas.
Sin embargo, aunque todo el mundo utilizaba el gas de forma generalizada, aproximadamente la mitad de los hogares rurales y una quinta parte de los hogares semirurales seguían utilizando leña de vez en cuando.
Una de las razones era el reto de conseguir una recarga del cilindro de gas. A diferencia de lo que ocurre en los países más ricos, donde el gas llega directamente a la cocina, en Ecuador y en muchos otros países el gas para cocinar viene en un cilindro, muy parecido al tanque de propano que se utiliza a menudo para las parrillas de gas de patio. En nuestras encuestas, uno de cada tres participantes sólo podía rellenar el gas una vez cada dos semanas o incluso con menos frecuencia. Además, mientras que la mayoría de los hogares recibían los nuevos depósitos de gas directamente en su puerta, uno de cada cuatro tenía que hacer viajes de ida y vuelta de entre cuatro y ocho kilómetros, a menudo a pie, para conseguir recarga.
La dificultad de conseguir recargas de GLP hace que los hogares tengan que utilizar leña como combustible suplementario, ya sea para cuando se les acabe el GLP o, más comúnmente, como medio de racionar su GLP. La gente quiere usar el GLP y no quiere pasar un día sin poder usarlo. Por eso, la gente pospone el uso del GLP, sobre todo para las comidas copiosas, y vuelve a recurrir a la leña en su lugar.
La Organización Mundial de la Salud tiene un objetivo de exposición a las partículas finas de menos de 35 microgramos por metro cúbico de aire para los países que están pasando de la biomasa a una cocina más limpia. De los 157 cocineros principales de Ecuador, descubrimos que casi el 90% de ellos tenían una exposición inferior a ese objetivo, lo que indica que el gas de cocina barato, cuando se utiliza de forma sustancial, da lugar a exposiciones relativamente bajas. Pero también encontramos una fuerte asociación entre el uso de cocinas de leña y la exposición a la contaminación del aire a corto plazo. Esto indica que no basta con fomentar el uso del gas. También debemos centrarnos en eliminar, o casi eliminar, cocinar con biomasa como la leña.
Cuando la "opción saludable" no es una opción
Briquetas de biomasa. (Crédito: Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Polonia / flickr)
Cuando la gente toma "la decisión saludable" (o no), como usar letrinas, o comer alimentos más sanos, o comprar tecnologías que protegen la salud, como los purificadores de aire, siempre hay una razón: mi investigación busca esas explicaciones.
Las investigaciones suelen citar la falta de comprensión o de motivación como razón por la que la gente no toma la decisión saludable. Pero la pobreza, la falta de accesibilidad o la inadecuación para satisfacer sus necesidades hacen que la opción más saludable nunca haya sido una opción plausible.
Para Laura y su familia en la zona rural de Ecuador, su estufa de leña produce un humo que se ha acumulado en estalactitas de hollín solidificado en su techo. Ese mismo humo también daña sus pulmones. A pesar de reconocer estos efectos nocivos, Laura se siente estancada en sus prácticas culinarias, deseando poder usar exclusivamente gas pero sintiéndose incapaz; unas veces por el dinero y otras porque no hay gas que comprar.
La pandemia del COVID-19 está exacerbando el problema, provocando que cientos de millones de personas pierdan ingresos y se hundan aún más en la pobreza, e interrumpiendo las cadenas de suministro en todas partes, incluso en las zonas rurales de Ecuador, donde se detuvo el suministro de gas durante los cierres. Por lo tanto, es probable que más personas se vean empujadas a tomar esas "decisiones insalubres", tanto en el mundo como en EE.UU. Esto incluye renunciar a las necesidades básicas, pedir préstamos de alto interés para pagar las facturas, o depender de fuentes de energía que producen riesgo, como los combustibles de biomasa contaminantes, y utilizar hornos de gas para la calefacción.
En lugar de culpar a los cocineros, tenemos que hacer que la cocina de gas o eléctrica (la opción saludable) sea asequible y esté disponible. Tenemos que valorar los problemas sistémicos que impiden a la gente hacer la elección saludable. Podemos hacer que la opción saludable sea la más fácil: hacer que los combustibles limpios para cocinar sean baratos, reducir los costos de la electricidad, garantizar una calefacción o refrigeración adecuadas y asegurar que haya alimentos saludables asequibles en todos los barrios.
Tenemos los recursos para levantar a la gente y -tomando prestada una frase del difunto Kirk Smith- "hacer que la gente esté sana antes de ser rica".
Carlos Gould es investigador postdoctoral en la Universidad de Stanford. Puede ser contactado en Twitter en @gould_cf.
Este ensayo fue producido a través de la beca Agentes de Cambio en Justicia Ambiental (Agents of Change in Environmental Justice). Agentes de Cambio (Agents of Change) empodera a los líderes emergentes con antecedentes históricamente excluidos en la ciencia y la academia para replantear soluciones para un planeta justo y saludable.
Cocina interior en Etiopía. (Crédito: Rod Waddington / flickr)