Atravesar duelos familiares y por el cambio climático en la era de las pérdidas y los daños
El duelo es una consecuencia del ciclo natural de la vida y la muerte, pero puede exacerbarse por la negligencia y las respuestas injustas al cambio climático.
Los médicos me dijeron que la audición de mi mamá sería el último sentido que perdería. Mi hermana, algunos amigos íntimos y yo nos reunimos alrededor de su cama en el hospital y cantamos “Amazing Grace” mientras lágrimas de incredulidad rodaban por nuestras mejillas.
Esa mañana había volado de vuelta a Londres desde Genova, en Suiza, donde estaba haciendo una pasantía de verano, para asegurarme que mi nanay (mamá en tagalog), Lilila, iba a estar bien. Aunque habíamos atravesado un año tormentoso, estaba convencido de que ella sobreviviría. Mi mamá había sido diagnosticada con cancer de pulmón el verano anterior, aunque nunca había fumado y a duras penas bebía. Luego, unos meses después, fue dada de alta por el oncólogo. Mi hermana y yo estabamos aliviados. En el avión de vuelta a Londres, todavía seguía pensando que estaba sana, que su agotamiento constante era normal y que pronto volveríamos a nuestra vida de siempre.
Para cuando llegué al hospital, mi mamá no era ella misma. Nos vio, sonrió y rapidamente se deterioró mientras los doctores trataban de averiguar qué estaba pasando. No lo lograron y cuando se nos fue unas horas más tarde, mi corazón se rompió, pero también sentí rabia: con los médicos, pero también conmigo mismo, por no haber sido capaz de salvarla. Esos sentimiento persisten hasta el día de hoy, en parte porque nunca fue claro qué fue lo que le pasó. Esta ira complica el recuerdo de mi madre. No puedo recordarla simplemente como la persona más amable que he conocido o quien me daba los mejores regalos, de los que estoy más orgulloso. En cambio, mi memoria sobre ella está oscurecida por la confusión de ese día, por el sentimiento de impotencia.
Este ensayo también está disponible en inglés
La experiencia de pérdida y duelo después de un evento traumático es difícil de poner en palabras. He escuchado a terapeutas y amigos en Londres y Nueva York, en donde ahora vivo y trabajo en la Universidad de Columbia, tratando de empatizar con este sentimiento, pero sus intentos nunca acaban de cuajar. He sentido ira, resentimiento y aturdimiento. Me he sentido solo e incomprendido en los últimos años como consecuencia de la muerte de mi madre. Me angustia no poder dar un nombre a la causa de su muerte, que no haya una narrativa ordenada ni respuestas claras.
La inarticulable pérdida de mi madre también me ha llevado a enfocar mi investigación en las repercusiones para la salud mental de las catástrofes relacionadas con el clima.
La muerte de mi madre podría no estar obviamente conectada con mi trabajo como investigador en salud pública, pero el luto causado por las pérdidas asociadas al cambio climático son comparables con lo que se siente al perder a un ser querido. No estoy estableciendo ningún tipo de equivalencia entre el dolor y el trauma de perder a un padre o madre y perder toda tu vida y medios de subsistencia tras una catástrofe. Sin embargo, el dolor y los sentimientos de pérdida impregnan muchas de las experiencias que vivimos. Sea cual sea el origen del dolor y la pérdida, mis experiencias personales me han enseñado que necesitamos procesar y aceptar estos sentimientos por el bien de nuestra salud mental y física.
El duelo, definido como un “sufrimiento o angustia mental aguda por una aflicción o pérdida”, puede aplicarse tanto a los sentimientos tras la pérdida de un ser querido como a aquellos que afloran tras perder el hogar y la sensación de pertenencia a un lugar tras una catástrofe. En ambos casos perdemos algo que jamás podremos recuperar. El luto es una consecuencia del ciclo natural de la vida y la muerte, pero puede exacerbarse por la negligencia y las respuestas injustas al cambio climático. Y la forma en que nos reconstruimos depende también de la red de apoyo que tenemos a nuestro alrededor, así como de los recursos de los que disponemos y del momento en que ocurren los hechos. Pero esos recursos para afrontar el duelo dependen a menudo de circunstancias que se escapan de nuestro control.
Una vez que los titulares desaparecen, aparece el duelo
La madre de la autora, Lilila Parks, con la autora en un viaje a Filipinas.
Crédito: Robbie Parks
La madre del autor, Lilila Parks, y su padre, Samuel Parks, en un viaje a Filipinas.
Crédito: Robbie Parks
Aunque mi mamá no murió directamente por los impactos de un desastre climático, sin duda se vio afectada por su entorno. De niña, sufrió tifones e inundaciones en su isla natal de Negros. Tras emigrar de Filipinas al Reino Unido, trabajó como empleada doméstica para mantener a sus hijos.
Los desastres relacionados con el cambio climático aquejan a todo el planeta, con más de 200 millones de personas afectadas en las últimas dos décadas, y los impactos agudos y crónicos en la salud mental y física de las personas pueden ser devastadores. Esta devastación es amplificada en las áreas del planeta en donde hay menos recursos para prepararse antes de un evento extremo y para reconstruir después. En Filipinas, el tifón Haiyan devastó comunidades enteras y aplanó parte del país en 2013. No solo murieron miles de personas, sino que millones más vieron sus vidas trastocadas. Tras el tifón Rai en 2021, muchos más todavía están viviendo en albergues temporales y muchos más han perdido la vida. En los Estados Unidos, comunidades enteras nunca pudieron regresar a Nueva Orleans tras el huracán Katrina en 2005 y el moho todavía impacta la salud de quienes viven en edificios de interés social en la ciudad de Nueva York tras el huracán Sandy en 2012.
Para quienes no nos vemos directamente afectados por estas catástrofes climáticas, es fácil pasar la página una vez que desaparecen los titulares. Pero para quienes quedan atrás, toda su vida tal y como la conocían podría haber desaparecido. Podrían haber perdido sus hogares y a todos sus seres queridos al mismo tiempo, o su salud podría deteriorarse a lo largo de semanas, meses o años después del desastre. Darle la atención y fondos necesarios a mejorar nuestro entendimiento de los impactos de los desastres en la salud, tanto a nivel local como global, es un punto central en la lucha por la justicia social, ambiental y climática.
Los desastres asociados al clima seguirán sucediendo, peor podemos mitigar sus peores impactos con el enfoque apropiado.
Comprender el verdadero precio de las pérdidas y los daños climáticos
Una delegada fuera de la COP27 en Sharm El-Sheikh, Egipto en 2022.
El autor dando una charla en la Academia de Medicina de Nueva York.
¿Qué podemos hacer para limitar esta pérdida y luto, para prevenir este ciclo de desastre y destrucción causado por el cambio climático? las soluciones van desde lo local a lo global. En la ciudad de Nueva York, en los años que siguieron al huracán Sandy, surgió una red de apoyo emocional para sobrevivientes a través de Project HOPE, que incluye terapia individual y educación pública. El Wildfire Recovery Fund (Fondo para la Recuperación de Incendios Forestales) en California apoya a la recuperación a mediano y largo plazo y ofrece atención en salud mental. Pero el luto y la pérdida después de un desastre es un fenómeno global, cuya atención requiere coordinación y cooperación.
A lo largo de los años y las décadas, durante las cumbres sobre cambio climático de las Naciones Unidas y las Conferencias de las Partes (COP), las ideas sobre cómo adaptarnos al cambio climático han incluido compromisos por parte de los países ricos para financiar la adaptación de los países más pobres a una forma de vida libre de combustibles fósiles. Pero hasta hace muy poco, se había hablado muy poco sobre cómo financiar la recuperación después de desastres asociados al cambio climático.
Estuve en la convención COP27 de las Naciones Unidas en Sharm El-Sheikh, Egipto, en noviembre de 2022. Un tema de gran importancia en esta ocasión fue el de las pérdidas y daños, que pueden entenderse como los perjuicios generados por el cambio climático provocado por las actividades humanas, un ejemplo serían las vidas destruidas tras catástrofes relacionadas con el clima. Pero las reparaciones climáticas, como se ha llamado a la indemnización por pérdidas y daños, requieren un flujo financiero del Norte Global al Sur Global.
El hecho de que un fondo para pérdidas y daños se esté discutiendo es un avance. Pero también se necesitan recursos financieros sólidos que respalden las promesas e intenciones, pues no es claro cómo se llenará el fondo de pérdidas y daños. Sin embargo, Mia Mottley, la primera ministra de Barbados, está liderando un llamado para reformar el sistema financiero global a través de la Agenda de Bridgetown.
Lo que más me sorprendió de las discusiones sobre pérdidas y daños es la poca atención que se prestó a los impactos en salud mental a largo plazo, incluyendo la sensación de pérdida de un lugar y de sentido de pertenencia que es difícil restaurar si, por ejemplo, tu familia y hogar ya no existen. Es necesario reconocer más los impactos a largo plazo de este duelo en los marcos de trabajo internacional. Esta será la única manera de llegar a una adaptación y recuperación holísticas que sean capaces de alcanzar una verdadera justicia climática reparadora. Sigue faltando un reconocimiento general de las pérdidas y daños que el cambio climático está causando en la salud mental, así como la financiación necesaria para empezar siquiera a abordarlos. Es aquí en donde la idea del dolor personal por la pérdida se encuentra con la necesidad de inversiones relacionadas con el cambio climático.
Intentar reconstruir después de perderlo todo
La madre de la autora, Lilila Parks, en un viaje por las aguas termales de Mambukal en la isla de Negros, Filipinas.
Crédito: Robbie Parks
Perder a mi mamá representa más que perder a uno de mis padres. Mi origen filipino también se siente perdido con su muerte. Me siento como si estuviera aferrándome al aire en lo que respecta a mi cultura y mi herencia. La gente nueva que conozco, después de enterarse de que mi madre era filipina, no puede evitar poner cara de decepción o confusión cuando les explico que nunca me enseñó tagalo o ilonggo, su lengua regional. Cuando escucho las pocas palabras que entiendo en tagalog en la calle, mi instinto es decir “Kumusta!” (hola en español), pero usualmente me hago un lío en la cabeza y no digo nada. Es como si la sensación de tiempo y herencia se me escapara entre los dedos, una sensación de no tener raíces, de no tener un verdadero hogar.
Cuando mi mamá murió, estaba en medio de mis estudios de doctorado y estaba haciendo una pasantía en la oficina conjunta de la Organización Mundial de la Salud y la Organización Meteorológica Mundial. Iba, por fin, a hacerla sentir orgullosa y a perseguir una vida en la academia. Mis padres se habían mudado a Londres desde Filipinas y Glasgow, se conocieron cuando él era bartender y ella mucama, y me criaron con poco dinero pero mucho amor en las viviendas de interés social de Londres. Tenían grandes sueños para mí: siempre me recalcaron la importancia de la excelencia académica, a pesar de que no sabían cómo se ve la educación después de la secundaria. Esto se volvió aún más importante cuando perdí a mi papá siendo un adolescente. Ahora, hay veces en las que lo único que siento son los fantasmas de estos recuerdos. Pero eso es más que suficiente para mantenerme firme en mi deseo de hacerlos sentir orgullosos.
Han pasado varios años desde la muerte de mi madre. Muchos amigos y familiares bienintencionados me han dicho que el dolor pasaría. Al principio pensé que me estaba perdiendo de alguna cura secreta para el duelo, o que no había pasado suficiente tiempo. Sin embargo, después de reflexionar y leer más (incluyendo el libro “The Myth of Closure: Ambiguous Loss in a Time of Pandemic and Change” de Pauline Boss), ahora entiendo que lo que experimenté era normal: el luto nunca se va, pero aprendes a crecer y llevarlo contigo.
Escuchar “Amazing Grace” todavía me hace revivir los últimos instantes de mi mamá. Ahora, cuando pienso en mis padres, aunque me pongo un poco triste, trato de enfocarme en cómo estarían orgullosos de que su hijo haya sabido avanzar gracias a su trabajo duro. He elegido contribuir a la conversación sobre el cambio climático y la salud pública en honor a mi familia, mi duelo, mi pérdida y mi herencia.
Robbie M. Parks es un profesor asistente en ciencias de salud ambiental en la Universidad de Columbia, un becario NIH NIEHS K99/R00 en la misma institución y el profesor principal del taller SHARP Bayesian Modeling for Environmental Health de la Escuela Mailman de Salud Pública de la Universidad de Columbia.
Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico para reimaginar soluciones para un planeta justo y saludable.